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viernes, 1 de marzo de 2013


EL IDIOMA DEL NUEVO TESTAMENTO

Lejos de ser una mera colección de libros, la Biblia tiene una unidad que hace posible que el lector pueda pasarse de Malaquías a Mateo con relativa facilidad. Esto es cierto a pesar de las diferencias externas ocasionadas por la alterada situación histórica y por la forma diferente que la revelación toma, hechos mejor expresados quizá en los grandes contrastes enunciados en las palabras introductorias de la Epístola a los Hebreos.
Factores divinos y humanos entran en esta unidad espiritual, a saber, el hecho que Dios se está revelando y que El actúa desde el principio hasta el fin a través del pueblo de su pacto. La salvación viene de los judíos. De todos los escritores del Nuevo Testamento sólo Lucas era un gentil. Esta misma circunstancia, empero, presenta un problema, ya que los judíos habían dejado en gran medida de usar su lengua original durante el período del exilio, utilizando en su lugar el arameo, idioma más popular y de cercano parentesco con el hebreo. Un Nuevo Testamento escrito en arameo era una posibilidad desde el punto de vista lingüístico, pero aun así el arameo no estaba idealmente equipado para transmitir el mensaje de la completada revelación de Dios, la que reclamaba sutilezas de distinción no muy necesarias para el flujo de los oráculos proféticos ni para escribir una historia, pero que eran requisito ineludible para la compacta argumentación de un apóstol. Un Nuevo Testamento en arameo hubiera tenido relativamente pocos lectores fuera de la nación de Israel. En cambio, si el mensaje del Nuevo Testamento se propagaba en el idioma griego, que se había transformado en el verdadero lenguaje internacional de la época, la Palabra podría penetrar prácticamente en cualquier parte del mundo greco romano.
Dos hechos, entonces quedan en claro. Es evidente que Dios tenía el propósito de usar a su propio pueblo, Israel, como instrumento para comunicar el cristianismo al mundo; sin embargo, el lenguaje de dicho pueblo no era un medio adecuado para tal tarea. Dios no podía permitirse el lujo de perder el medio hebraico, que representaba todo ese trasfondo y experiencia espiritual que era fruto de siglos de cultivo. En providencial decisión El le dio al devoto corazón hebreo una lengua griega para hacerse entender en todo el mundo. Es necesario bosquejar entonces el desarrollo histórico que hizo posible dicho logro.
EL SURGIMIENTO DE LA KOINE
El idioma griego se utilizaba ya cientos de años antes de la época de Cristo y ha continuado existiendo hasta nuestros días como lengua viva. Los comienzos de la literatura en el griego pueden ser ubicados de modo general unos 800 años antes de Cristo, o quizá antes, en las obras de Homero y de Hesíodo. Para cuando el período clásico propiamente dicho se estableció, dos factores habían jugado un papel preponderante en la formación de dicho lenguaje. Uno de ellos fue la periódica incursión en el territorio griego de pueblos indoeuropeos, cuya llegada trajo modificaciones al idioma nativo de las diferentes localidades. Debido al carácter quebrado del terreno de la península griega estas alteraciones lingüísticas, una vez establecidas, tendieron a perpetuarse. De este modo aparecieron los diferentes dialectos. Si bien una verdadera literatura se desarrolló sólo en dos o tres de éstos, los dialectos hablados fueron muchos.1 De los dialectos literarios, a saber, el dórico, el eólico, y el jónico, fue el último el que alcanzó una prominencia mayor que los demás. El ático, una rama del jónico, fue el lenguaje de Atenas, la ciudad-estado que promovió una brillante galaxia de escritores en diversos campos. En consecuencia, hablar del griego clásico es casi equivalente a hablar del ático. Este tipo de griego no quedó confinado a Atenas o a Ática sino que se propagó con la actividad colonizadora de los atenienses al otro lado del mar Egeo y más allá. El mismo constituye el elemento individual más importante tras el griego del Nuevo Testamento.2 Ciertos vocablos peculiarmente jónicos aparecen en éste, como también algunas formas dóricas.3 La influencia eólica es mínima.
En el cuarto siglo antes de Cristo las ciudades-estados de Grecia fueron conquistadas por Felipe de Macedonia. Cuando su hijo Alejandro el Grande se aventuró más allá de Hellas para efectuar sus vastas conquistas en el oriente, él reclutó para su ejército hombres que provenían de todas partes de Grecia. La estrecha relación que estos hombres mantuvieron en las filas fue un factor de suma importancia en la aparición de un nuevo tipo de griego, tipo que ya había comenzado a tomar forma debido a los crecientes contactos entre las distintas ciudades-estado. Aquellos elementos del lenguaje que eran de mayor uso y los que de los distintos dialectos eran más fácilmente adaptables tendían a sobrevivir, mientras que los menos útiles dejaban de ser usados. En un lapso notablemente corto se forjó un nuevo idioma griego, conocido hoy en día como koiné (su nombre completo es he koiné diálektos). La palabra koiné significa “común”. Este griego era verdaderamente el idioma de la gente común y el medio común de comunicación durante la era helenística (desde aproximadamente 300 a.C. hasta cerca del año 500 d.C).
Allí donde el ejército de Alejandro iba, allí llegó este idioma. Dado que los pueblos conquistados del Asia representaban diversas unidades lingüísticas y nacionales, hacía falta que hubiese un medio común de comunicación, lo que contribuyó a la diseminación del griego en el Levante. Los colonizadores griegos hicieron que el arraigo del griego fuese permanente. Sólo después de varios siglos, en el siglo sexto después de Cristo, dio la koiné paso a su sucesor, el griego del período bizantino, el que a su vez cedió ante el griego moderno en el siglo quince.
No debe presumirse, empero, que todo lo que fue escrito en griego durante el período helenístico fue escrito en koiné. Algunos autores veían al lenguaje corriente como un triste deterioro del producto de la época dorada de la literatura, e hicieron un esfuerzo consciente por imitar los modelos clásicos en sus propias obras. Por esta razón parte de la literatura del período koiné no es realmente koiné. Aun entre quienes evitaban este anacronismo había escritores que se inclinaban más hacia el estilo ático que hacia el idioma vernacular de su tiempo. Su producción es llamada koiné literaria.
El idioma griego común no alcanzó a hacerse universal en el mundo greco romano, aunque tuvo amplia propagación. En el occidente tuvo que competir con el latín y lo hizo con bastante éxito, invadiendo la vida cultural de Roma y manteniendo su arraigo a través de todo el occidente hasta cerca del año 200 después de Cristo. Recién en ese entonces comenzó a aparecer literatura cristiana en latín. Pero en el primer siglo Pablo halló en el griego el medio natural para escribirle a la iglesia en Roma. Tenemos atestación en el libro de Hechos (14:11) de que los idiomas nativos mantenían su predominio en las zonas montañosas del interior de la Asia Menor.
Palestina, en el tiempo de Cristo, era políglota. El arameo era, sin lugar a dudas, el idioma de la gente común. Que Jesús lo hablaba está más allá de toda duda, según lo atestiguan los Evangelios. El hebreo persistía en ciertos círculos, en especial bajo la influencia rabínica. La lectura que Jesús hizo de las Escrituras en la sinagoga da pie para pensar que él estaba familiarizado también con dicho idioma. Varias referencias al hebreo aparecen en el Nuevo Testamento (Jn. 5:2; 20:16; Hch. 22:2, etc.). Una persistente tradición de la iglesia antigua insiste en que Mateo fue escrito en hebreo. Los eruditos han favorecido la idea de que éstas son en realidad referencias al arameo, basándose en que la retención del término más honorable era un asunto de orgullo nacional, o sino en que cierta libertad en el uso de los términos era permisible allí donde no tenía mucho sentido distinguir el arameo del hebreo sino que sólo hacía falta indicar que se trataba de un idioma semita en contraposición al griego. Es posible sustentar, sin embargo, una sólida argumentación a favor de que estas alusiones al hebreo fueron hechas para ser interpretadas literalmente, 4 en cuyo caso la prevalencia del hebreo al lado del arameo debe darse por sentada.
La influencia griega era fuerte en Galilea, donde el contacto con el mundo helenístico era más estrecho que en Judea. Que Cristo y los apóstoles podían hablar en griego es algo casi seguro. Aun en Jerusalén los judíos que hablaban griego gravitaban hacia una sinagoga propia (Hch. 6:9). La inscripción puesta sobre la cruz incluía el griego.
El latín era el idioma de las fuerzas de ocupación romanas en Palestina, pero es de presumir que pocos judíos estaban versados en el mismo. Dado que muchos romanos hablaban griego, la comunicación podía lograrse en circunstancias habituales por ese medio.
FUENTES DE LA KOINE
Uno de los primeros escritores paganos en usar la koiné fue Polibio (segundo siglo antes de Cristo). Otros, tales como Epícteto y Plutarco, pertenecen a los primeros dos siglos después de Cristo. De los escritores judíos Filón y Josefo son de especial importancia (primer siglo después de Cristo). Dado que estos hombres utilizaron la koiné literaria, su lenguaje no refleja con exactitud el idioma de la vida diaria.
Los escritos bíblicos en griego, considerados de un modo general, incluyen la Septuaginta, el Nuevo Testamento, y los padres griegos de los primeros siglos del cristianismo.
Los papiros no literarios comenzaron a ser seriamente tomados en cuenta hacia fines del siglo diecinueve. Estos documentos no tenían nada que ver con la literatura en el sentido técnico, sino que eran de carácter comercial y personal, algunos de ellos escritos con evidente dificultad por personas de educación bastante limitada. Allí estaba el griego del hogar y del mercado, sacado a la luz en la era moderna tras permanecer ignorado durante dos mil años en la preservadora sequedad de las arenas egipcias. Adolf Deissmann tuvo el honor de ser el primero en llamar la atención a la similitud entre el vocabulario de estos papiros no literarios y el del Nuevo Testamento.5 Otros que se destacaron en esta investigación fueron Grenfell, Hunt, y Jorge Milligan. J. H. Moulton se unió a Milligan para producir The Vocabulary of the Greek Testament (Vocabulario del Testamento griego), ilustrando muchos términos del Nuevo Testamento basándose en los papiros y en otras fuentes no literarias.
De estos papiros ha venido la demostración de que el Nuevo Testamento fue escrito en el lenguaje popular de su tiempo. Anteriormente había sido difícil clasificarlo ya que no se conformaba muy ajustadamente al griego escrito en más o menos el mismo período, a saber, el griego literario de la era helenística. Su carácter semitizado se explicaba en base a la herencia hebrea de los escritores y su familiaridad con la Septuaginta, y el resultado neto de esta combinación era rotulado “griego bíblico” o “griego del Espíritu Santo”. Aquellos que argumentaban a partir del griego clásico trataron de alinear al Nuevo Testamento con aquella etapa previa del idioma pero tuvieron, como era de esperar, poco éxito. El rompecabezas fue resuelto con el descubrimiento de que el evangelio había sido vertido, en gran parte, en la humilde terminología de la vida diaria, permitiendo un paralelo con la condescendencia manifestada en la encarnación. Las Escrituras se han vuelto más humanas sin dejar de ser divinas.
Buen indicio del gran cambio causado por esta nueva perspectiva es el hecho de que mientras que el antiguo léxico de Thayer contenía una lista de 767 palabras neotestamentarias que éste había aislado como griego bíblico, Deissmann pudo reducir dicha lista a 50 al encontrar las otras en los papiros. Esta cifra ha sido reducida aun más desde aquel entonces. Es de presumir que esta clasificación no se desvanecerá completamente puesto que el Nuevo Testamento contiene unos pocos términos que parecieran haber sido acuñados por los escritores.
A pesar de la demostración de que el Nuevo Testamento fue escrito en la koiné, uno no debe suponer que no hay ninguna diferencia esencial entre el mismo y el lenguaje de los papiros no literarios. El Nuevo Testamento, por lo general, tiene un griego de mejor calidad, causado en parte por la habilidad de los escritores para producir un resultado más pulido, en parte por la naturaleza más elevada de los temas que les absorbían y en parte por su herencia cultural y religiosa. Arthur Darby Nock ha dicho, “Cualquiera que conoce bien los autores griegos clásicos y lee el Nuevo Testamento y analiza después los papiros, se asombra de las similitudes que encuentre. Cualquiera que conoce los papiros primeramente y luego se pone a leer a Pablo se asombre de las diferencias que hay entre ellos. Ha habido mucha exageración al elemento koiné en el Nuevo Testamento”.6 Existe un considerable número de palabras para las cuales faltan paralelas en los papiros pero que se encuentran presentes en autores griegos.7
El valor de los papiros no literarios para el estudio del Nuevo Testamento es limitado debido a la virtual ausencia de terminología teológica. Con todo, la ayuda recibida en otros aspectos debe ser reconocida con gratitud. El Nuevo Testamento emerge como un documento que era capaz de hablar al hombre común en un lenguaje contemporáneo, pero en un lenguaje que requería la ayuda del Antiguo Testamento y del hecho de Cristo para hacerlo totalmente inteligible.
Un factor importante que coloca al griego del Nuevo Testamento algo aparte del lenguaje popular es el elemento semítico que en él hay. Un semitismo es cualquier elemento de sintaxis, vocabulario o influencia lingüística de naturaleza sutil que aparezca en el texto griego y que pueda trazarse hasta un origen hebreo o arameo.8 Por ejemplo, el estilo hebreo de redacción era predominantemente paratáctico, una serie de cláusulas independientes unidas por conjunciones coordinantes. El estilo griego normal, por otra parte es hipo táctico, en el que la cláusula principal tiene una o más cláusulas subordinadas, las que frecuentemente hacen uso de una construcción basada en el participio. Ocasionalmente palabras semíticas son transliteradas al griego, como en el caso de Abba y Hosanna. Un ejemplo más sutil de influencia semítica se detecta en la expresión de Pablo “peso de gloria” (2 Cor. 4:17), que refleja el hecho de que en hebreo la palabra habitual para decir “gloria” viene de una raíz cuyo significado es “ser pesado”.
Ciertos elementos que parecen ser semitismos podrían, sin embargo, haber llegado a ser de uso corriente en el griego común ya que Egipto, la fuente de los papiros no literarios, era también el hogar de la Septuaginta. Es posible que ciertas expresiones semíticas hubiesen sido absorbidas por el griego de esta zona y que dejasen de ser tratados conscientemente como elementos foráneos, así como ciertas expresiones francesas o inglesas han sido absorbidas por el español (p.ej. elite, líder, estereofónico).
Los latinismos se encuentran más escasamente representados en los escritos neotestamentarios—hay unos treinta en total. Algunos ejemplos son: denario, centurión, colonia, legión. Hay, finalmente, unas pocas palabras de otros orígenes (p.ej. paraíso, del idioma persa).
ALGUNAS CARACTERISTICAS DE LA KOINE
Los estudiosos de la historia de la gramática griega pueden detectar ciertos cambios en la estructura del lenguaje que distinguen al período helenístico cuando se lo compara con la era clásica. El número doble ha desaparecido, de modo que solo permanecen los números singulares y plurales. Los adjetivos superlativos no son numerosos siendo sustituidos por formas comparativas que son entendidas en un sentido superlativo. El uso del optativo queda marcadamente limitado (el NT tiene solamente unas pocas decenas de ejemplos). Aparecen ciertos cambios en la ortografía. Hay además una marcada predilección por la acumulación de preposiciones en formas compuestas a efectos de aumentar la efectividad de las palabras. Los diminutivos son más comunes. La construcción perifrástica del verbo es utilizada con más frecuencia, como lo es la conjunción hina, que ya no se limita a indicar propósito. La puerta queda abierta a la entrada de nuevas palabras de varias fuentes y los términos vernáculos lograron una posición más encumbrada de la que tenía anteriormente. Palabras antiguas reciben nuevos significados. Y lo más notable de todo es la disolución de la precisión ática en la estructura de la oración, abriendo el camino hacia una mayor simplicidad y variedad.9
LOS ESCRITORES DEL NUEVO TESTAMENTO
Sólo unas pocas observaciones se harán ahora. Si bien todos utilizan la koiné, los escritores del Nuevo Testamento no están todos en el mismo nivel respecto a la calidad del griego que utilizan. Lucas, el autor de la Epístola a los Hebreos y Pablo (en ciertas ocasiones) muestran una marcada inclinación hacia un nivel más literario que sus colegas. Pedro (en su primera epístola) y Santiago exhiben una elegancia considerable. El resto va desde la buena expresión idiomática hasta un estilo algo tosco y de construcciones irregulares, algunas de las cuales, por lo menos, podrían ser intencionales (p.ej., el uso de apo en Apocalipsis 1:4; cf. 15).
LA INFLUENCIA DE LA SEPTUAGINTA
La influencia semítica sobre el Nuevo Testamento, como notáramos anteriormente, ocurre en el campo de la sintaxis, donde es fácilmente detectable en construcciones tales como “Aconteció en” o “Sucedió que” (Lc. 2:1, 15) y “temieron con gran temor” (Mr. 4:41). Igualmente importante es la influencia de la LXX, muchas veces ni notada siquiera por los escritores mismos, sobre sus patrones conceptuales y su fraseología. Aun más importante es el impacto de la LXX en estampar conceptos hebraicos en terminología griega de tal modo que el vocabulario teológico es frecuentemente enriquecido. Los escritores del Nuevo Testamento heredaron este legado.
Un ejemplo de esto ocurre en conexión con la palabra verdad. En el griego clásico el término indica básicamente lo que es evidente, lo que es real. El término hebreo pone el énfasis en que no sólo es substancial sino también fidedigno. En su sentido esencial la garantía de la verdad reside en Dios, en quien es fiel. En ambas tradiciones la verdad ocurre muy naturalmente como lo opuesto a la falsedad o al error. Pero en Juan 14:6 y en Efesios 4:21, por ejemplo, el pensamiento pasa más allá de la realidad y aun de la genuinidad para llegar al concepto de una cualidad sobre la cual uno puede edificar su vida para el tiempo presente y para la eternidad. El correcto entendimiento de “verdad” en pasajes como estos debe dirigirse a la concepción hebrea para hallar su clave.
Gloria (doxa) es otro ejemplo pertinente. Sus dos significados más prevalentes en el griego clásico con “opinión” y “reputación”. En la LXX el primer significado desaparece, mientras que el segundo es retenido. Dado que el término dominante en el hebreo para referirse a reputación, honor, etc. se usaba también para referirse a la gloria de Dios en función de sus teofanías resplandecientes, doxa, al ser usada por los traductores en tales ocasiones, adquirió una significación que no había tenido en el griego clásico. La influencia de esta nueva evolución puede detectarse en el Nuevo Testamento, donde la gloria, en el sentido de una manifestación lumínica, es el vehículo utilizado para revelar la singularidad y perfección de Jesucristo (Lc. 9:32; 2 Cor. 4:6; J. 1:14).
Del mismo modo, homologeoo en el uso clásico significa básicamente “acordar” o “estar de acuerdo con”. En la LXX tomó un nuevo significado, a saber, “confesar” y “dar gracias”, “alabar”. Estos últimos, junto con el significado griego clásico, pasan al Nuevo Testamento.
El rastreo del uso de palabras griegas con significado teológico, partiendo del marco clásico y pasando por la LXX hasta llegar al Nuevo Testamento (sin desatender fuentes seculares del período helenístico) es el método que se utiliza en el diccionario de varios tomos, Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament, editado sucesivamente por Gerhard Kittel y Gerhard Friedrich.10 El valor de esta obra ha sido cordialmente reconocido casi universalmente. Es cierto que ha tenido sus críticos, especialmente James Barr, quien encuentra una dependencia excesiva en la etimología, cierta injustificable mezcla de juicios filosóficos y teológicos con los lingüísticos, demasiado énfasis en las demandas del contexto, además de una inmoderada prontitud a desplazarse de las palabras a los conceptos y a colocar los conceptos griegos y hebreos en contraposición.11 Estas y otras objeciones subrayan los peligros que pueden enfrentar aquellos que utilizan los lenguajes bíblicos como base para la exégesis y para la teología bíblica. De todos modos, es dudoso que las censuras de Barr puedan llegar a invalidar el método de Kittel y a neutralizar los sólidos resultados logrados por su uso.
CITAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO EN EL NUEVO
Es fácil discernir aquí la influencia de la LXX, ya que la formulación del texto griego es habitualmente seguida con bastante exactitud por los escritores del Nuevo Testamento. Aun Mateo y Pablo, que recurren al hebreo cuando su propósito lo requiere, por lo general están satisfechos utilizando el texto griego.
Una comparación de las citas en su forma neotestamentaria con los textos hebreo y griego según esto se hallan en el Antiguo Testamento, revela variaciones bastante frecuentes entre dichos textos y lo que tenemos hoy. Esto no debe estimarse extraño en vista de las siguientes consideraciones: (1) El texto de la LXX se hallaba en un estado algo fluido durante el tiempo del Nuevo Testamento. Del mismo modo, el texto hebreo no había sido oficialmente establecido todavía, hecho que ocurrió en el siglo siguiente (texto masorético). Citas rabínicas tempranas también revelan a veces variaciones del texto uniforme que ha llegado a nosotros. (2) Algunos escritores, especialmente Mateo y Pablo, pueden haber estado influidos por la metodología subyacente a los targúmenes arameos. En su mayoría estas traducciones del Antiguo Testamento hebreo tienen más tendencia a parafrasear e interpretar que a traducir literalmente. (3) La cita exacta no era algo requerido en la antigüedad, situación que vino a ser alterada por la invención de la imprenta, y los escritores frecuentemente dependían de su memoria. Lo importante era una fiel reproducción del sentido. (4) La alborada de la era del cumplimiento traída por Cristo afectó, como puede entenderse, la forma en que ciertos pasajes del Antiguo Testamento eran citados. Un pasaje inevitablemente significaba algo más, algo diferente, cuando era vista a la luz de Cristo y del evangelio. Un ejemplo de esto se ve en el uso que Pablo hace de Habacuc 2:4 en Romanos 1:17.
En lo que respecta al uso que se le da a las citas se nota que son usadas en conexión con el cumplimiento de la profecía (Mt. 2:6), para confirmar propuestas teológicas (Ga. 3:10–11) o, de un modo más general, como paralelos ilustrativos (Mt. 12:40). A veces el eslabón entre dos pasajes parece ser bastante tenue (1 Cor. 14:21). Este mismo hecho revela el deseo de citar las Escrituras donde fuere posible y da testimonio de la veneración de que éstas gozaban.
Barnabás Lindars (New Testament Apologetic, 1961) propone la teoría de que en su mayoría las citas fueron usadas originalmente por razones apologéticas, especialmente para contestar a las objeciones de los judíos incrédulos, y que con cambios de situación aquel mismo texto recibía a veces una nueva aplicación. Este es un modo útil de abordar el problema, pero requiere un tratamiento cuidadoso.12


1 C. D. Buck, The Greek Dialects, pp. 3–9.
2 Hacer notar esta influencia es uno de los objetivos capitales de la Gramática Blass-Debrunner.
3 Arndt and Gingrich, A Greek-English Lexicon of the New Testament, pp. xi–xxv.
5 Consúltese sus libros Bible Studies (1901) y Light from the Ancient East (1910). La primera obra se ocupa de la lexicografía, la segunda es más amplia en su alcance. Ambos hacen uso tanto de los testimonios hallados en fragmentos cerámicos e inscripciones como de los papiros.
6 JBL, 52 (1933), p. 138.
7 Véanse los ejemplos citados por E. K. Simpson en Words Worth Weighing in the Greek New Testament, pp. 13–15. El mismo autor llega a la conclusión de que “un gran porcentaje del vocabulario neotestamentario puede clasificarse como propiedad común del idioma literario helenístico y del popular” (p. 15).
8 Véase el análisis que hace W. F. Howard en la Grammar of New Testament Greek de J. H. Moulton, Vol. II (Apéndice), pp. 412–485; también véase An Idiom Book of New Testament Greek, de C. F. D. Moule, pp. 171–191.
9 Para obtener una descripción más completa véase el análisis de Nigel Turner en la Grammar of New Teslament Greek de Moulton, Vol. III, pp. 2–4.
LXX La Septuaginta, traducción Griega del Antiguo Testamento
10 Traducido al inglés como Theological Dictionary of the New Testament, por G. W. Bromiley.
11 The Semantics of Biblical Language.
12 R. H. Gundry, The Use of the Old Testament in Matthew’s Gospel, pp. 159–163.

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